21 de mayo de 2007

Escenario Subterráneo

El metro es un buen sitio para actuar y llegar a mucha gente a cualquier hora. Prácticamente todas las estaciones del metro madrileño cuentan con un músico en las encrucijadas clave. Y es que la arquitectura del arte en el metro puede reducirse a las manifestaciones musicales; allí no hay títeres ni malabares, no es el sitio adecuado. Las notas musicales se deslizan por los pasillos acompañando a los apresurados transeúntes en su recorrido rutinario y terminan la labor de los despertadores.


El arte en el metro tiene otra característica especial: es un escenario reservado a músicos inmigrantes. Leo es armenio, 48 años, expresión cansada y título superior de violín en su país. Todas las mañanas, tras dejar a sus hijas en el colegio, busca una estación en la que actuar. En el metro las cosas son diferentes, aquí sí hay competencia y Leo debe darse prisa porque “las mejores estaciones son las que primero se ocupan”. Da clases de violín a cuatro chicos de Móstoles, pero el sueldo no es suficiente para mantener a su familia, así que todas las mañanas se va con su violín al metro en busca de un complemento económico.

La última peculiaridad del arte en el metro es la invisibilidad que sufren los músicos. La rutina funde a estos artistas con el paisaje habitual de las estaciones: la gente pasa a su lado casi sin mirarlos, sin escuchar su música entre el bullicio de las personas. Y, a pesar de todo, lo más probable es que quien pasa por las estaciones de metro cada día echaría de menos el hilo musical del metro si algún día se silenciara.


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